Abres los ojos, a tu alrededor nada es lo mismo, un
abrumador silencio lo ha invadido todo. La luz de un amanecer de colores
imposibles ilumina un horizonte de soledad. Recorres el paisaje con tu mirada,
kilómetros y kilómetros de ruinas de metal y ladrillo son lo único que puedes
ver.
El aire es denso y neblinoso, todo está teñido de
grises y negros, solo el sol a lo lejos pinta un color diferente, única señal
de que no estás en una película muda de las de blanco y negro. Pero solo ese
rojo tan lejano ha sobrevivido, al igual que tú que ahora lo observas
preguntándote si igual que eres el último ser vivo del planeta, ese lejano
espejismo es la última gota de color que queda.
Hace frío, quizá el suelo envuelto en asfalto y
baldosa no sea el mejor sitio para sentarse, pero ahí estas en lo que una vez
fue el corazón del mundo.
-Tanta inteligencia, tanta tecnología, tanta capacidad
de adaptación y al final no sirvió de nada –te dices a ti mismo. El sonido de
tu voz rompiendo el espectral silencio hace que no te sientas tan solo.
¿Y ahora qué? No queda nada, ni agua, ni tierra, ni
vida, la más absoluta soledad, por no quedar no queda más que esa débil luz que
está inmóvil entre las ruinas de lo que un día fueron altos edificios que
buscaban el cielo como si se tratas de mecanizados brazos terrestres. SI, en
efecto, la difusa luz de ese cálido color parece congelada como si fuese más
una pintura que algo real.
Nunca pensaste que echarías tanto de menos el verde
de los arboles, el azul del cielo, el marrón de la tierra…, solo el rojo del
fuego se burla de ti inalcanzable.
Entonces, sin pleno aviso, el pánico se apodera de
ti. Tus manos te tiemblan, tu corazón se acelera, sientes que te cuesta
respirar, te haces un ovillo con tu cuerpo para intentar protegerte de un
peligro que no existe, tus ojos se cierran de nuevo como si eso fuese a servir
de algo….
De repente escuchas un fuerte Pum que te
sobresalta. Ahí está otra vez, pum, pum, pum….
Poco a poco sales de tu estupor y como si de un
sueño se tratase lejanas voces suenan en tus oídos, ¿será que estoy en el cielo
y eso que escucho son ángeles? Te preguntas para ti mismo.
Por fin deshaces tu auto abrazo y te vuelves a
sentar sobre el frío asfalto, la luz del día ciega tus ojos más luminosa que
nunca, pero no hace falta ver para saber que no estás solo. Dejas que alguien
te ayude a levantarte.
-¿Se encuentra bien? –pregunta una voz llena de
vida.
-Mejor que nunca –respondes sonriente.
-Entonces no necesita ayuda. Que tenga un buen día –se despide la voz.
-¡Espera!, no te vayas.
-No me iré, lo prometo.
Al escuchar su promesa por fin el alivio recorre tu
cuerpo, ya nunca más tendrás que tener miedo a la soledad.