El animal se retuerce entre tus manos intentando escapar. Clava sus
afiladas uñas en tu piel hasta hacerte sangrar. No lo sueltas. Maúlla, se
retuerce, intenta escurrirse entre tus brazos. Nada.
Tu sonríes. Esa sonrisa que pones antes de realizar alguna travesura
acude a tus labios. El gato lo siente, pero tu abrazo es más fuerte.
Llevas al animal a la casa. Acaricias su piel con dulzura. Tus manos
liberan un poco la presión sobre su cuerpo. Él se calma, aunque sigue tenso y
alerta.
En la cocina no hay nadie. La noche hace rato que cayó. Todos duermen.
Tomas un cuchillo, uno de los de carne, de los que cortan.
Sujetas al pobre animal con tu mano izquierda agarrándole con fuerza por
el cuello. Él se retuerce arañando el aire. Desesperado.
El cuchillo se hunde en su piel. Desgarra el pelaje desde la garganta
hasta el vientre. Sonríes satisfecha. El gato ha dejado de moverse.
La sangre brota a borbotones de la herida abierta, pero a ti no te importa.
Te sientas en el suelo con el animal panza arriba entre tus piernas. Sus ojos,
sus ojos asustados y abiertos, sin luz, sin vida, te miran suplicantes. Te
gusta esa mirada. Acaricias un momento la cara del felino con tus ojos fijos en
los suyos. Luego el reloj da las doce y el hechizo se rompe. Es tarde, no
puedes permitirte perder más tiempo. El cuchillo se vuelve a hundir en el pobre
gato y remueves sus tripas con su punta mientras una silenciosa risa va
invadiendo la cocina.
Unos pasos comienzan a sonar por el pasillo. No les haces caso. No los
escuchas, sumida como estás en el trance de tu tarea. Los pasos se acercan. Se
detienen tras la puerta. La empujan con cuidado pues estaba entre abierta. Se
enciende una luz. Tú te quedas inmóvil con el cuchillo clavado en las vísceras
del animal. La sonrisa se te congela en los labios. Tragas saliva. El tiempo
parece detenerse por un instante. Luego, una voz de mujer rompe el silencio.
-Frida, ¿Qué haces ahí sentada?
Se acerca a ti por detrás. Se detiene justo a tu espalda. Un grito
invade la habitación. Pero la primera impresión se desvanece pronto.
-Esta vez has llegado demasiado
lejos, jovencita -comienza a decir mientras te
agarra de los pelos-. Te has pasado varios pueblos. No
te hagas la inocente ahora, estás castigada sin salir hasta que cumplas los
cincuenta.
La mujer te arrastra fuera de la cocina agarrada por los cabellos y, el
cuchillo y el gato quedan abandonados en el suelo.
-Mañana irás a casa de la señora
Carmen y le tendrás que pedir disculpas. También tendrás que trabajar para ella
en lo que te ordene sin rechistar y, ser una niña buena.
Tú intentas que se
compadezca de ti con pucheros de actriz. Lloriqueas y pataleas como si fueses
el gato y esa señora fuese la niña cruel que pretende desgarrarle la tripa con
un cuchillo por diversión. Pero tu madre no cede. Impasible te arrastra hasta
tu cuarto y cierra la puerta al salir. Tú chillas, gritas y pataleas, pero es
inútil. Esta vez has llegado demasiado lejos. Esta vez nada podrá salvarte. Pero
ya encontrarás la forma de librarte de tu castigo y de esa vieja amante de los
gatos. Te vengarás por eso. Lo harás.
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