miércoles, 13 de diciembre de 2017

Aracne y Atenea

Aracne tejía en su tapiz
flores lilas y carmesí.
  A la orilla de un lago, Narciso estaba,
contemplando su reflejo en el agua.
Las ninfas del campo la acompañaban,
alabándola sin reparos a cada puntada.
"Hermosa Aracne, tejedora amada,
sin duda por Atenea eres alabada,
pues no creemos que un don así,
sino te lo fuese a dar a ti."
La joven las ignoraba
conocedora de su grandeza,
aunque le gustaban sus alabanzas,
prefería que lo hiciesen solo por ella.
"Oh gran diosa Atenea, yo te reto,
para al mundo demostrar
que, a ojos cerrados te venzco,
si te atreves a aceptar.
Yo a ti no te tengo miedo,
¿Tú de mí lo tendrás?"
 Al poco de su reto lanzar,
una anciana llegó hasta el lugar.
"A los dioses no insulees, jovencita,
haciendo gala de tu grosería.
Muestra un poco de modestia,
y de cortesía hacia Atenea."
Pero presa de su orgullo,
Aracne la espondió con insultos.
Atenea se descubrió entomces,
y la compeición dio comienzo. 
"A los dioses no enojes,
antes de empezar, te lo advierto."
En el tapiz de Atenea,
de envidiable belleza,
se distinguían a los dioses
con elegantes poses,
además de algunas escenas,
que lecciones eran
para esos heroes
que a ellos se enfrentan.
 El tapiz de Aracne
mostraba, sin embargo,
sus pecados de carne
siempre tan comentados.
La cólera invadió a Atenea,
¿cómo podía atreverse?
Golpeó el tapiz con fuerza,
todos lo vieron romperse.
Aracne lo tomó a mal,
era una gran ofensa.
Con su vida quiso acabar,
colgandose con una cuerda, 
y sintiendose humillada,
se decidió así ahorcar.
En una pequeña araña 
fue convertida por Atenea,
por castigo, o por pena,
y para que la lección aprendiese,
fue condenada a teger por siempre.


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