Cenicienta
entró en el baile
Con su
vestido blanco
Y su pose
elegante.
Todos
hacia ella se giraron
Aunque
reconocerla no lograron.
Se echó
demasiado maquillaje,
Y se
había teñido el pelo,
En vez de
rubio, ahora era negro.
Se
suponía que no podía ir,
Como castigo
por haber cortado
Los
vestidos de sus hermanastras y,
Quitado
los tacones a sus zapatos.
Presumía
de ser ella quien limpiaba,
Pero lo
cierto es que era una mimada,
Por no
tocar nunca ni un paño,
Su apodo
había logrado.
Desde el
momento en que la vio,
El príncipe
no miró a otra,
Y solo
con ella bailó,
Hasta que tocaron
la hora.
Las doce
de la noche
Sonaron
en el reloj de la torre,
Y
Cenicienta corre que corre,
Desapareció
en su coche.
El príncipe
que la seguía,
No
logró alcanzarla,
Pero si
vio la zapatilla
Que en la
escalera fue abandonada.
A buscar
comenzó por el reino
A la
dueña del zapato,
Con el
único mandato
De que le
viniera perfecto.
Así llegó
a casa de Cenicienta
Que fue a
recibirle muy contenta,
Pero no
le entraba el zapato
Porque
sus pies se habían anchado
Por pasar
toda la noche bailando.
El príncipe
nunca encontró a la dueña
Del
zapatito de cristal,
Merecida
recompensa
Por su
nombre no preguntar.
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